sábado, 25 de febrero de 2017

LUCIÉRNAGA ALBA CERES


*Composición  8 de la serie Suturas

“…como si acabara de enterarme de que las luciérnagas hacían señales descifrables en beneficio de los espíritus extraviados…”   Pálido fuego  Vladimir Nabokov


Tener más de medio siglo y escribir heptasílabos y endecasílabos parece que es un impedimento para poder apreciar “Luciérnaga”  Kriller71-Kokoro [2017], el primer poemario de Alba Ceres [Nápoles, 1986] O al menos así lo interpreto, cuando al comentar que iba a leerlo, me dijeron: pero no te va a gustar. Supongo que uno es uno y sus limitaciones, pero que, a cierta edad, ya se te vea como alguien, anquilosado y esclerotizado mentalmente, duele aunque sea un poco. Y de dolor  va este texto. O de qué hacer con el dolor  y la enfermedad cuando se convierten en cuerpo, cuando se encarnan en un cuerpo amado –en este caso la madre-, y lo va destruyendo hasta aniquilarlo.  Con su dolor, Alba Ceres ha elaborado un poemario. Y digo elaborado porque no se trata de un desahogo sentimental vomitado en un instante de rabia e impotencia ante la pérdida de un ser amado. No. Alba Ceres ha despojado al dolor del alarido de la hojarasca, del griterío de las ramas, del aullido del tronco y lo ha dejado en la  esencia de la raíz.  “¿hay/ un tú/ en la/ ceniza/ algo/ cáncer/ algo/ suave?”. La autora de estos versos ha tomado entre sus manos el dolor y la ausencia y los ha transmutado en poesía susurrada, murmurada, casi entredicha.  “Luciérnaga” es un poemario desnudo, descarnado e intimista, que sobrecoge por su ritmo y por su singularidad. Se puede intuir por lo que llevo escrito que el poemario sí que me ha gustado, aunque el adjetivo no me parece el más adecuado, pero ninguno de los sinónimos de gustar se ajusta tampoco a lo que quiero expresar. Encontrar la palabra adecuada en poesía es siempre el problema. Pero lo fundamental no es que la palabra sea la adecuada sino que el poema nazca de una necesidad, de una grieta, de una herida. Poesía para cicatrizar la herida, pero no una poesía de apósitos y vendas circunstanciales sino una poesía meditada, casi gélida, que cicatrice la herida desde dentro. Así son los versos que ha escrito Alba Ceres. “arrastrado/ de sí/ el mundo/ ya no/ contiene/ palabras/ como moles / no sujetan/ la flaqueza/ de envolver/ lo que/ no es/…” Son versos que nacen de la aceptación, que nada tiene que ver con la resignación, donde la ausencia se torna presencia y la enfermedad tránsito.  Versos donde la autora ha suprimido todo lo anecdótico, todo lo trivial y baladí, incluidos los adjetivos y los artículos. Poesía desarticulada. Poesía de verbos y sustantivos. Poesía sustantiva y honda donde, en cierto modo, todos somos enfermos terminales y la luciérnaga deviene símbolo de precariedad existencial. “luciérnaga/ que/ pálida/ en el/ rastro/ dura/ duras/ lejos/ en la / muerte/ amas/ tierno/ tan/ aquí”.  La luciérnaga se extingue, pero su luz perdura, pálida y tierna, y cuando los adjetivos se utilizan adquieren una prestancia y una significación muy lejana al adorno y muy cercana a lo primordial y al sentimiento en estado puro. “Luciérnaga” de Alba Ceres es un poemario que habla de un tema tabú como es el cáncer, pero no es un libro impúdico, sino que no habla desde el pudor más hondo y con la metáfora más exacta. Se inscribe en una tendencia actual de poemarios que  hablan de la enfermedad como si quisieran contradecir aquella afirmación de Susan Sontag, a quien tanto admiro, de que no se puede hacer literatura sobre el cáncer, y que todavía me parece válida, ya que ella la utiliza en el sentido de que escribir sobre sobre la enfermedad estigmatiza y condena al enfermo desde el punto de vista social. Un tendencia actual que incluye poemarios tan diferentes como “La sentencia” de Santiago Castelo [Visor, 2015] o “El mal” José Daniel Espejo [Balduque, 2014].  Contradiciendo a Susan Sontang y también, porque no a Primo Levi, sí que se puede escribir poesía después del horror y desde el dolor y la enfermedad.  Nada hay aquí de exhibicionismo ni de golpes de pecho, hay canto, canto  roto, fúnebre si se quiere, pero no, es sobre todo canto, porque como decía Machado, se canta lo que se pierde, canto susurrado, balbuceo, poema, poesía. Les dejo con la  exquisita luz de esta luciérnaga y les recuerdo que solo existen 300 ejemplares. Adquieran una de ellas antes de que se extingan y la oscuridad del abismo vuelva a rodearnos.

domingo, 12 de febrero de 2017

CONFIGURACIÓN DE LA ÚLTIMA ORILLA, MICHEL HOUELLEBECQ


Que uno encuentre más vida y más poesía y más humanidad en el quinto poemario del escritor  francés Michel Houellebecq [1958], titulado; "Configuración de la última orilla" [Anagrama, 2016], aunque el poemario original es de 2013, que en la mayoría de los poemarios escritos por poetas españoles se me antoja un signo de hacia dónde se dirige  la actual poesía escrita en castellano. Quiero decir con esto que en los fríos y a ratos provocadores versos de Houellebecq late un dolor sordo, silencioso, un asco vital, una ternura hostil, una mirada desolada y despojada sobre la realidad  y el ser humano que poco tiene que ver con el estado contemplativo y autocomplaciente de mucha de la poesía que se publica actualmente y que parece ensimismada en mirar una piedra y creerse piedra y en abrazar un árbol y sentir el palpito del universo entero en ese abrazo. La poesía debe ser una lucha entre lo previsible y acomodaticio y el animal salvaje que subyace bajo la capa de cortés hipocresía cultural con que nos ha recubierto la sociedad. La mayoría de la poesía que leo últimamente es de un conformismo radical. Incluida la que las editoriales grandes venden como si fuese poesía  emergente, contracultural  y rebelde escrita por adolescentes no tan adolescentes, músicos, raperos, rockeros y adjuntos. ¿Dónde la grieta? ¿Dónde la herida? Sí que he encontrado eso que busco en los poemas del escritor francés. Poemas breves como destellos de un fuego gélido. Poemas que restallan en el aire como el látigo de un domador de monstruos. No es la vida acaso eso, un monstruo que acaba devorándonos. Y de eso nos habla Houellebecq, de la vida. Una vida donde el autor nos comenta que "Por toda compañía tengo un contador eléctrico". La soledad absoluta. La desolación que procede de los años vividos, cuando se aprende que en verdad estamos solos, completa y absolutamente solos, aunque seamos incapaces de vivir sin el contacto de otro ser humano, aunque sea a nivel sexual e instintivo: "Los hombres solo quieren que les coman el rabo". Como afirma el poeta: "Mi vida es un fiasco total".  Uno puede vivir en mitad de la derrota y del caos. Uno se adapta. Ni siquiera el sexo es una liberación  a cierta edad. Más bien se convierte en otra frustración."Cuando ya no te empalmas, poco a poco todo pierde importancia; Poco a poco todo acaba siendo opcional." La vida opcional es lo que nos deja la vida cuando ya nos ha arrancado los sueños y las esperanzas que nunca debimos soñar ni tener. "Nada es reparable en la vida, / Nada persiste tras la muerte". Ni siquiera el amor que alguna vez justificó la vida, porque el amor  acaba antes, se pierde antes. "Perder el amor es también perderse a uno mismo.// Ya no somos, en sentido estricto, más que sufrimiento." Pero a pesar de todo nos aferramos al sufrimiento, nos aferramos a la vida, porque no nos queda otra cosa a la que aferrarnos. "Quienes temen morir temen, de igual modo, la vida". Puede que el problema esté en nosotros, en los poetas, en esos seres desgarrados que viven la vida preguntándose su sentido y que, quizás, lo sencillo sería, aceptar las cosas tal cual vienen, sin preguntas, sin respuestas. "La vida está ahí, casi dócil, / Simplemente no he tenido suerte". El poeta sigue a vueltas con la vida. "Es la cara B de la existencia". "Cualquier futuro es necrológico". "La vida no tiene nada de enigmático". "Y la fascinación es una segunda vida". "Mi vida es un fiasco total".  Alguna gente se  aferra al amor o a la religión o a las drogas o a cualquier atisbo de luz en mitad de la penumbra de este valle de lágrimas. Houellebecq no. " No existe el amor / (No el de verdad, no lo suficiente) / Vivimos sin ayuda, / Morimos abandonados". Así vista, la existencia se convierte en pura desesperación en las páginas de un libro " Escrito por un cabrón / Y leído por cretinos".  En esa existencia el autor escenifica su propia muerte. " Una muerte suave y deliciosa / En un aeropuerto pequeño // Pon tu lengua sobre mi polla / Antes de que no haya nada de nada". El pesimismo radical del autor se ajusta muy bien a la estructura en ruinas de la vida. Y para rematar o dejo el poema que más me ha gustado de esta "Configuración de la última orilla". Poesía para náufragos.
                     
                         Existir, percibir

                         Existir, percibir,
                         Ser una suerte de residuo perceptivo  (si se puede decir así)
                         En la sala de embarque de la terminal 2D de Roissy,
                         Esperando el vuelo con destino a Alicante
                         Donde mi vida proseguirá
                         Durante algunos años aún
                         En compañía de mi perrito
                         Y de las alegrías (cada vez más breves)
                         Y del aumento regular de las dolencias
                         En esos años que preceden de forma inmediata a la muerte.

domingo, 5 de febrero de 2017

LA PASIÓN SEGÚN DIONISIO, PEDRO JUAN GOMILA MARTORELL


La poesía, como la pasión, no es monolítica. No es una certeza. No es respuesta y casi siempre es duda, herida lacerante, grieta honda, carne apaleada y piel magullada. Dicho esto, existen muchos tipos de poesía. Tantos tipos de poesía como poetas. Sin embargo, hay una poesía insurgente que es riesgo y verdad, símbolo y rabia, meditación y fuego, culturalismo y vida, realidad inhóspita  y deseo insatisfecho. Una poesía que es en sí misma una enmienda a la totalidad, una apuesta a cara o cruz, pues es revelación y sacrificio, principio y fin; una poesía que no sucede sino que se forja en el alma y se piensa en el corazón y provoca los sentidos. A ese tipo de poesía clandestina que ni da certezas ni deja indiferente porque aunque se forje en el alma y se piense en el corazón se escribe con lágrimas y sangre derrama, con esperma y con ira y la mayoría de las veces con las tripas y otras vísceras, a ese tipo de poesía que es como la violación de la intimidad del poeta y está escrita con una mezcla de pudor e impudor, pertenece la poesía de Pedro Juan Gomila Martorell [Palma, 1967] cuya última entrega hasta el momento es “La pasión según Dionisio”, editorial La Lucerna 2016. Una vuelta de tuerca más al ritual de la carne desde la multiplicación de los espejos poéticos, “Arcadia desolada” [2013] y  “En la tierra de Nod” [2015], donde el espectro del poeta se dobla y se desdobla entre la razón de la sinrazón y el instinto, entre la crudeza, la violencia y la belleza del lenguaje  y la metástasis de la angustia existencial. Desde aquella Arcadia a esta Pasión, Pedro Juan Gomila Martorell  ha trazado con sus torrenciales y encendidos versos iracundos un itinerario que está previsto que acabe entre las llamas del fuego purificador y redentor de “Las hogueras de la carne”. O no, quién sabe.  No están demasiado lejos el paraíso del infierno; el útero de la fosa, la madre castradora del hijo  mutilado y exangüe, en los tenaces versos de este poeta  a contracorriente de la aséptica y epidérmica poesía virtual y virtuosa –entendida como dominio de la técnica, pero también como ajena al vicio, que es el sustrato de mucha de la mejor poesía que se ha escrito-,que se practica hoy en día y que las editoriales manufacturan como agua de mayo y producto de lujo para adolescentes emocionalmente narcolépticos.  No, la poesía de Pedro Juan Gomila Martorell, duplicado entre el ser y el no ser, procede del dolor y se sustenta en el dolor, nace de la lucha encarnizada entre el yo y el otro, entre el hombre muerto que camina como un zombi por el mundo y el hombre nuevo que aspira a vivir la plenitud de su deseo prohibido y marginado. Ese es el origen del que fluye el torrente poético de este autor que se debate entre no solo entre el yo y el otro sino entre el nosotros y el yo mismo –entre el no-es-otro-y-soy-yo-mismo-, soy mi  propia prisión mi propia cárcel, la víctima y el verdugo. Claro que la familia ayuda, y la sociedad también. Pero en el fondo, el  dilema  moral e inmoral y la desgarradura carnal son internos, una grieta en el alma, una laceración de los sentimientos. No hay cura para el estigma de la vergüenza. Se lee en alguna parte. Eso lo sabe bien el poeta y con cada entrega poética ha ido colocando los pilares  para construir un puente utópico que no sabemos bien si acabará en la liberación  o en la destrucción total del personaje poético. No hay medias tintas ni versos incruentos, equidistantes o tibios.  La apuesta, ya lo anuncié, es a todo o nada. O conmigo o contra mi naturaleza. Contranatura.  Los cimientos de este puente ni tiemblan ni se agrietan. Son sólidos pues se sustentan sobre la cadencia clásica de un verso barroco y sinuoso, curvilíneo y sagaz que se retuerce sobre sí mismo como un san Sebastián asaeteado por la lujuria de la reflexión. Hay en las tres entregas un anhelo de una patria que es todas las patrias  como un cuerpo es todos los cuerpos. La Arcadia perdida de la infancia cede paso al destierro  del paraíso. “La pasión según Dionisio” apunta soluciones provisionales: Nuestra patria halla su lar en nuestro pecho / que palpita sin temor junto al amado, / consumiéndonos con besos, con abrazos…./ Dejaremos la ceniza de los cuerpos / tras la danza deleitosa del esperma… ¿Acaso vivir no implica encontrar soluciones provisionales para seguir viviendo y sufriendo nuestra herida? Cada cual la suya. La de Pedro Juan Gomila Martorell es la de la carne profanada que maldice en la casa del Instinto.  Hay en todo poema un gesto de impotencia y todo poema acaba siendo al final el monólogo de un espectro, una fantasmagoría, un juego de voces y ecos, de símbolos sacros y profanos, de profanaciones y hierofanias, de fluidos varios y de amputaciones. Los poemas están repletos de sombras deslumbras y de mitologías subyugantes, de referencias no siempre fáciles de entender para le dócil lector actual de poesía precocinada –de ahí el abundante aparato de notas-, de versos contrariados cargados de furor y rabia, la del poeta que se despezada en el poema y trasciende el poema y se ofrece en carne viva, palpitante, en un refinado y ritual sacrificio en forma de auto sacramental sacrílego donde la profanación del yo alcanza la belleza de la palabra enajenada, de la palabra del otro. Porque los poetas, los verdaderos poetas, como los amantes, solo pueden ser y trascenderse en el otro;  porque somos en el espejo del cuerpo ajeno, en el dolor del otro que es el nuestro. Porque siempre somos el otro y el que nos margina. Si la raigambre de la niebla es la materia, la materia del poema es el propio poeta entregado en cuerpo y alga, lo sacro y lo profano ardiendo en la misma llama, lo bello y lo siniestro - ¡Trinchad el pene hervido en los calderos! / Mas mío el corazón. Y es suficiente.-, la brutalidad y la ternura en una misma pasión funesta.  Según Dionisio, o según Pedro Juan Gomila Martorell.

sábado, 4 de febrero de 2017

NUEVAS TEORÍAS SOBRE EL ORGASMO FEMENINO, DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR


"Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino", escrito por Diego Sánchez Aguilar  [Cartagena, 1974],  doctor en literatura, profesor de enseñanza secundaria y poeta y narrador a tiempo indefinido, es un libro de relatos  insólito y solidario, un libro de relatos que descoloca y para dejar las cosas claras desde el principio un estupendo y brillante libro de relatos sobre la hipocresía social y sexual. Y para afirmar que se trata de un brillante y estupendo libro de relatos no hay que ser un lince ni un adivino ni un vidente, ya que su calidad viene avalada por la concesión del premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2016. Y además es el primer libro de relatos del autor. Este libro habla de sexo  explicito, implícito y polivalente y, también,  de cosas que tienen que ver con el sexo y sus alrededores: masturbación, voyerismo, relaciones extramatrimoniales, penetraciones varias, conducción temeraria,  celos, pornografía, drogas, turismo sexual, mulatos, pero sobre todo habla  de literatura y de para qué coño sirve la literatura, suponiendo que la literatura sirva para algo. Si piensan que esta reseña está un poco subida de tono, esperen a leer el primer párrafo del primer relato. José Luis tiene una erección tremenda. Si uno reseña un libro que empieza así, tiene que estar a la altura, o un poco por debajo. No conceden el premio Setenil a la mejor reseña del año. Eso lo tengo claro. No me hago ilusiones al respecto, pero el amor propio es la primera ley del sexo no correspondido y de la literatura universal.  Y sexo no correspondido y literatura hay mucha en estos siete relatos de palpitante actualidad e insatisfactoria realidad. Y aquí introduzco el término realidad que es parte fundamental de la ecuación narrativa que propone Sánchez Aguilar.  El otro, el sexo, ya lo habrán intuido ustedes a poco que sean  poco intuitivos a estos niveles.  Realidad sexual, sexualidad real, el orden de los términos si altera el producto y además nos aleja del objetivo que late en el fondo de la propuesta de este libro, aunque sí que hay un aspecto o una derivada que interesa: la realidad y el sexo se llevan a patadas, o a contrapié o son algo contranatura. Elijan ustedes el concepto que más les guste. Como su propio título  señala–por muy irónico  y sardónico que sea-,  este es un libro de tesis, un libro de relatos de tesis pero sin moral ni moraleja, en el cual el sexo es el macguffin como en las películas de Hitchcock. Así  nos aproximamos confiada y festivamente a  esa cruda realidad edulcorada  con aromas afrodisiacos  y carnales por el autor que además  pretende vendérnosla envuelta en celofán, como el tahúr que sabe que está vendiendo gato por liebre. Sánchez Aguilar se disfraza de entomólogo social y de antropólogo sexual  y selecciona un pequeño pero certero  catálogo de personajes reales y mediocres como la vida misma para viviseccionarlos y mostrarnos sus vicios y virtudes al natural.  Sobre todo sus defectos, porque, quién lo duda, el hombre es imperfecto por naturaleza y cuando esa naturaleza es de orden sexual, entonces, la imperfección es doble.  Ya que en el ser humano, el sexo es la distancia más corta entre la realidad y el deseo.  De eso hablan estos relatos, de lo que los seres humanos desean o creen que desean y de lo que obtienen en realidad y de las consecuencias  y daños colaterales que eso genera en el entorno: soledad, frustración, ira, incomunicación.  El autor fiel a su aplicada tarea de entomólogo antropológico o de antropólogo entomológico, se ha propuesto abrir en canal la banalizada sociedad actual y utiliza el sexo como el bisturí con el que diseccionar  la realidad de una clase social, la clase media, una clase social desclasada, inclasificable, y sin conciencia de clase media, y recurre a la ironía y al sarcasmo como  anestesia para que el lector no salga por pies y espantado ante el resultado del diagnóstico. Para ello ha seleccionado un exquisito catálogo de ejemplares mediocres, vulgares  y anodinos que cubren todo el espectro de la grama de grises  que abunda en la clase media y ha elegido esos momentos típicamente tópicos –una cena de empresa, un viaje de mujeres solas a Cuba, un encuentro de antiguos alumnos de  instituto- dónde el alcohol y la nostalgia y el rencor por la deudas pendientes de la vida nos muestren ese animal malherido emocionalmente que es el ser humano en general.  El reparto de protagonistas no tiene desperdicio: José Luis, 39  años, empleado de banca, casado con una hija; Anselmo Alonso, 41 años, soltero, tímido, cien kilo, trabajador de correo; Aurora, cuarenta años, separada  trabajadora de La Caixa;  Francisco y Marta, matrimonio en la cuarentena con un hijo que viven ya dentro del apacible mundo sin sexo; Paula González, 40 años, casada con hijos, trabajadora en un hospital; Vicente, 30 años casado, culto, moderadamente feminista y liberal, pero celoso; y  Fernando, 30 años , 184, soltero, sin ideales políticos, fotógrafo publicitario. Con este reparto y contándonos las historias en presente inmediato, porque todos sabemos que el presente anterior es pasado y el presente posterior se confunde con el futuro y que el presente inmediato  nos permite meternos de cabeza en la historias y verlas y sentirlas y vivirlas desde dentro como si nosotros fuésemos parte de lo que sucede, como si nosotros fuésemos  José Luis teniendo una tremenda erección mientras piensa si Cristina lleva o no lleva las bragas puestas e  incluso cuando la historia transcurre en dos tiempos distintos, separados entre sí 20 años – por ejemplo “Injusticia”-, ambas historias se relatan en presente, como si se buscase la inmediatez del sexo rápido, brutal y urgente. Sánchez Aguilar orquesta esta socio-radiografía sexual en tres dimensiones que deja transparentar muchos de los graves problemas  endémicos que aquejan a la sociedad moderna en la que estamos insertos: la soledad, la insatisfacción, la incomunicación, la frustración y los placebos sociales, como son: las drogas, el alcohol, los eventos deportivos, el turismo todo incluido, los edificios con materiales de primera calidad, la pornografía, la publicidad.  Para ello tira de escuadra y cartabón y utiliza una prosa elegante, fría, exacta y minuciosa, donde cada palabra está colocada con la precisión de quien construye una bomba de relojería de efecto retardado. Una bomba que no estalla cuando la estás leyendo sino cuando tiempo después vuelves a pensar en ella y te olvidas de esa primera erección de José Luis o de si Cristina llevaba o no llevaba bragas en la cena de empresa.  Lo que perdura cuando se agotan los fuegos de artificio del sexo, es la amargura de unos personajes estafados por la vida, que nunca han tenido el tipo de sexo que la publicidad les vende, que viven en apartamentos cuyas hipotecas tendrán que heredar sus hijos, que apenas hablan con sus parejas de lo que desean, que apenas desean, que sobreviven atrapados dentro de su propia frustración.  El único triunfador de estas historias es Fernando, el fotógrafo de la última historia, que en el fondo es un triunfador a medias y un triunfador a medias es un fracasado, al que le gustaría tener una Harley Davidson  XR 1200 pero no se  la compra por el accidente en el que murió  su hermano y le gustaría ser un indignado, pero no lo ve coherente con sus trayectoria económica,  ya que es un tipo con dinero heredado de la especulación inmobiliaria. Este personaje, que graba sus encuentros sexuales  con las modelos  que fotografía para luego retocar las imágenes publicitarias y añadirles ese matiz vital que solo se produce cuando uno se abandona en el orgasmo, aunque para él, el mejor orgasmo es el que mejor interpretado está, se me antoja una reflexión metaliteraria sobre la propia obra narrativa, donde la realidad perfectamente fotografiada palabra a palabra es luego retocada por el autor para otorgarle  ese halo de vitalidad que la palabra por sí misma no tiene.  De todo esto no habla este libro de relatos titulado “Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino” y publicado por la editorial Balduque, pero que si no fuera porque deduzco que el titulo es una necesaria provocación para estimular las ventas, bien podría haberse titulado muy adecuadamente “Nuevas teorías sobre la frustración de la clase media en tiempos de crisis”, claro que entonces quizás hubiésemos pensado que se trataba de un  sesudo tratado económico, en lugar de un estupendo y brillante y demoledor  primer libro de relatos