domingo, 18 de diciembre de 2016

EL AMOR DEL REVÉS LUISGÉ MARTÍN


Algunos libros hay que leerlos con cautela porque duelen. Y duelen porque algo en ellos hace que te impliques personalmente. Eso ocurre con "El amor del revés" de Luisgé Martín [Madrid, 1962], calificado en la contraportada como "autobiografía sentimental". Y en eso consiste esta obra, en una morosa  y detallada disección de la vida sentimental de un hombre que descubre que es homosexual y las implicaciones emocionales y sociales que este descubrimiento íntimo tiene para el autor. Aunque en un momento de la obra el autor afirme: " Este libro es, en cierto modo, el inventario de mis arrepentimientos, de las mentiras que acepté con mansedumbre". El autor es la materia de su obra. Y es complicado ser al mismo tiempo el cocinero y la materia prima que se cocina. Encontrar la distancia narrativa es importante, pero más importante, todavía, es encontrar la voz adecuada para narrar un material altamente inflamable. Luisgé Martín encuentra esa voz desde la cita inicial  de Jaime Gil de Biedma "De la vida me acuerdo, pero dónde está" hasta ese presunto final feliz que cierra el libro: "Aunque ningún final es feliz: si es feliz, no es todavía el final". Que deja la puerta abierta al pesimismo del futuro. Porque, como bien se afirma en un momento dado: "La felicidad no se conquista nunca, solo se planea y se divaga". Qué difícil el arte de la felicidad cuando se trata del amor y sobre todo del amor homosexual.  Qué difícil al felicidad en general: "Siempre he tenido el convencimiento de que vivir es, incluso para lo seres felices,  un error formidable. Una enfermedad crónica que debe ser medicada..." Y de esa enfermedad crónica que ha sido su vida escribe el autor sin complacencia, con una sinceridad que deja ver las grietas, la heridas, el esqueleto atroz del insecto. El insecto no podía ser otro que la cucaracha. Insecto literario donde los haya, pero que le sirve al autor para definir a la perfección la sensación que, en aquellos años en los que está ambientada esta obra, podía sentir una persona que fuese homosexual. La condición de cucaracha no desaparece ni siquiera con los años. Es una condición emocional que se pudre en el alma. La cucaracha miente y sobre todo se miente a sí misma: " Se llega  a ser lo que durante mucho tiempo se finge ser". La cucaracha miente porque no desea ser identificada como lo que es. Porque el espejo de la culpa devuelve una imagen deformada del nosotros. La cucaracha es un insecto solitario y atormentado: "...yo siempre sentía una amargura viscosa y enmarañada que hacia que se me detuviera el corazón. Yo era una persona adulta que había aprendido a nombrar las cosas: sabia que aquello era la soledad...a medida que pasaba el tiempo mis tormentos se hacían más grandes". Las confesiones del protagonistas son descarnadas y sin lugar para el indulto ni para el retoque. No se liman aristas: "No le dije que yo también era una cucaracha negra y solitaria, que las mujeres me repugnaban sexualmente, que mi soledad era como la suya". Este retrato de homosexual adolescente  se va matizando conforme se suceden las páginas y se acumulan las experiencias y está repleto de pequeñas y acertadas reflexiones en torno al amor y otros demonios particulares. Así se afirma que en el amor homosexual: " Se ama a quien se puede amar, a quien permite ser amado. Es un acto de supervivencia". La malaventura es "un destino contra el que las bestias  no podíamos luchar, sólo jactarnos de él". "La crueldad innecesaria es uno de los rasgos de los psicópatas y de los fracasados·". "Los amantes repudiados guardan siempre la ilusión de un acto milagroso, de una revelación mágica que transfigure el corazón de aquellos a quienes aman". "La infancia es la verdadera patria del hombre, como decía Rilke, pero es también su cárcel". "Los amores inventados tienen esa superioridad que los hace  invulnerables: la criatura amada siempre posee las virtudes que el amante espera". "Quien renuncia a alguien sólo porque nunca podrá poseerlo no está haciendo otra cosa que reconocer la debilidad y la flaqueza de sus propios sentimientos". "Aprendí que el amor es desleal, que no puede pervivir sin alimento, que se compra o se vende fácilmente por las naderías de la vida"."El egotismo es uno de los estigmas característicos de los homosexuales secretos, de esos hombres que...vivieron su adolescencia encerrados en torres de marfil o en mazmorras aisladas". "La felicidad que solo es íntima, que tiene que ocultarse de la vista de los demás, deja de ser felicidad". "La autocompasión es un sentimiento con poco prestigio, pero a menudo sirve para salvar el alma". Hay una profunda reflexión a lo largo del texto sobre la condición sexual como sustrato sobre el que se asienta lo que somos. La condición sexual nos determina. Somos seres sexuales o no somos. "...la experiencia erótica proscrita y reprobada; la sexualidad torcida. Sólo en él se puede descubrir la hondura verdadera del lo que fingimos ser y de lo que en realidad somos".  "Tuve una revelación extraña: comencé a comprender que el sexo abyecto y excesivo era el más humano, el que me distinguía realmente de otras especies zoológicas", "...la sexualidad representa la piedra angular del edificio de la personalidad y...esa piedra debe sostener los arcos y las bóvedas, los muros recios y las paredes finas..." Podemos fingir en todo lo demás, pero nunca en el momento de expresarnos sexualmente. De todos estos asuntos trata "El amor del revés", un striptease literario y sentimental, emocionante a ratos. Un autorretrato  en negro, duro, con aristas y diversos tonos de gris. Un retrato matizado detalle a detalles, frase a frase, porque los pequeños detalles son los importantes en la vida y como se dice en algún momento: "Los actos insignificantes son los que determinan la médula de todo. Es un principio literario insoslayable". Y "El amor del revés" está repleto de actos insignificantes pero que sumados en el orden adecuado dan como resultado uno de los mejores libros que uno haya leído durante este año que se nos va muriendo.  

martes, 6 de diciembre de 2016

ANIMALES NOCTURNOS TOM FORD



Fui a ver "Animales Nocturnos" de Tom Ford empujado por el buen recuerdo que guardo de su primera película, la fascinante "Un hombre soltero" [2009], aunque prevenido interiormente porque no me atraen demasiado las películas que son un dos en uno, o sea, esas películas que cuentan una historia dentro de otra historia y más, en este caso, donde una historia sucede en el sofisticado mundo del arte y la beautiful people y la otra historia es un thriller rural cercano a una novela de Cormac Mccarthy de violadores y asesinos nocturnos y descerebrados. Pero debo confesar que el director supera con buena nota y solvencia el encaje de ambas historias, aunque yo le siga prefiriendo en su papel de aplicado ilustrador de hogares de diseño gélidos y vacuos con galerista despiadada y esposa emocionalmente herida. Amy Adams borda ese papel de mujer que descubre demasiado tarde que se ha equivocado de vida al realizar sus elecciones vitales mientras lee la violenta novela que le ha enviado su primer marido. Su forma se vestir, de mirar, de caminar, su peinado, su manera de maquillarse o no, indican más que sus palabras. Sus paseos por la casa apenas iluminada acompañada por la envolvente, seductora y refinada banda sonora de Abel korzeniowski, dicen más sobre su estado de ánimo que cualquier diálogo. La música es fundamental en esta película sobre una doble venganza como nos recuerda un cuadro que aparece en una secuencia del film. La demoledora secuencia final es una buena muestra del exquisito gusto del director para el melodrama influenciado por Douglas Sirk y Vicente Minelli y de la importancia de la música. Una sola secuencia basta a Laura Linney para pergeñar una de esas madres hichtcokianas y castradoras. Pero si la parte sofisticada de de "Animales nocturnos" es turbadora desde la secuencia de apertura de los títulos de crédito, la parte rural con el accidente, el secuestro y la posterior violación de la mujer y la hija del protagonista de la novela que lee Susan, no desmerecen en absoluto. La violencia es en la mayor parte del metraje, latente. Como bien recuerda el investigador del caso, durante el secuestro no hay armas. El miedo, la violencia, el terror nacen de la situación creada, de lo que el director quiere que nosotros pensemos que va a sucederle a esos personajes, que al final es lo que les sucede. Sufrimos con ellos. Y cuando la violencia estalla, en un par de secuencias, es seca y brutal, inevitable y física. Susan se reconce en la mujer de ese hombre apocado e incapaz de defender a su mujer y su hija. Ese matrimonio con hija podrían ser perfectamente ella y su primer marido y el hijo que nunca tuvieron. Pero al mismo tiempo, ella es también parte de los verdugos, porque como comenta en otra secuencia a una empleada " mi primer marido decía que yo era un animal nocturno". El símil está hecho. La novela es una venganza contra ella. Una forma de cautivarla, de hacerle ver que cuando le abandonó destruyó todo su futuro, incluso la posibilidad de ser el gran escritor a que aspiraba porque ella dejó de creer en él. También el protagonista de la novela esperará pacientemente a que aparezcan los violadores para vengarse de ellos. En ese ir de venir de la literatura a la vida y de la vida a la literatura descubrimos algunas verdades sobre el alma del ser humano, sobre la fragilidad de los sentimientos, sobre el instinto animal del hombre, sobre la venganza y el amor. Ese amor que si no se cuida se convierte en odio. Y el odio es más poderoso que el amor. Se diga lo que se diga.