miércoles, 28 de septiembre de 2011

EL AMIGO DE BAUDELAIRE

En ocasiones, pequeños gestos nos salvan. Los pequeños gestos son importantes. Los libros pequeños, también. El libro que nos ocupa, "El amigo de Baudelaire" de Andrés Rivera [Buenos aires, 1928] seudónimo de Marcos Ribak, apenas posee 86 páginas. Lo publicó en 1991, ahora acaba de aparecer en nuestro país de mano de la editorial Veintisiete Letras. En las novelas breves el comienzo lo es todo: "Un hombre cuando escribe para que lo lean otros hombres, miente. Yo, que escribo para mí, no me oculto la verdad". Rivera va directo al grano de la literatura y se deja la paja en el camino. Saúl Bedoya, el acaudalado, culto y perverso protagonista , según al contraportada, también va directo al grano. Cuanto se nos cuenta es terrible y, por supuesto, actual, aunque no lo parezca. Aunque nos estén hablando del pasado de un país y de una burguesía que no es la actual. La Argentina de "El amigo de Baudelaire" es la Europa actual: "Línea de acción en tiempos de crisis: comprar esterlinas y oro, y no vacas". Más actual aún: "Se trate del progreso del país, de la velocidad con la que engordan nuestros bolsillos o de una amenaza comprobada de disolución social, es preciso que sepamos que si se crean fantasmas, será obligatorio creer en ellos". Por aquí anda suelto el fantasma de la recesión. Y otros fantasmas no menores. Quién afirma que no es posible creer en los fantasmas. La novela, si breve, brevemente mejor. El autor nos da más caña: "La revolución es un mal imperfecto y, por lo tanto, inadmisible". Rivera, o el juez Bedoya no se paran en minucias. "A un poeta, ¿qué es lo que puede exigirle?". Cuando habla de un poeta podría hablar de un político o de un periodista. Personajes con fondo moral. O no. Además de Argentina, hay un crimen y una historia de amor, algo por el estilo. El amor siempre es algo por el estilo. Quizás podría hablarse de amores perros. Y sobre todo hay frases como desgarraduras en la piel: "El tiempo vuelve trivial hasta el destino"; "La ley no prohibe mi placer ni mis deseos. Yo interpreto la ley"; "La burguesía siempre es excesiva"; "La verdad no se queja"; El protagonista no sale muy bien parado. Tampoco le importa. Es consciente de su lugar en el mundo, de su poder, de las secuelas de la vejez. Tampoco tiene inconveniente en advertirnos: "Los juegos de palabras sólo sirven para satisfacer el orgullo de los tontos". En "El amigo de Baudelaire" no hay juegos de palabras; únicamente literatura. De la imprescindible.

domingo, 11 de septiembre de 2011

VOCES QUE SUSURRAN

Vuelve John Connolly [Dublín, 1968] con "Voces que susurran" [Tusquets] otra novela del detective Charlie Parker y esa entrañable pareja de asesinos gays que son Louis y Angel. No se emocionen los admiradores del detective, porque esta vez su participación en el desarrollo de la trama es menos trascendental que otras veces, pero eso no importa. Si las primeras obras de Connolly "Todo lo que muere "[2000], "El poder de las tinieblas" eran sobre todo novelas sobre Charlie Parker, novelas que giraban en torno a él, la que no ocupa es una novela sobre las entrañas de la podrida sociedad norteamericana. El suicidio de un soldado después del regreso de Iraq es el detonante de una trama que habla del tráfico de objetos arqueológicos. El personaje de Parker es el hilo conductor de una autopsia al cadáver putrefacto de un modelo de economía que nos está jodiendo la vida porque no nos queda más remedio que vivir/sobrevivir/ malvivir en ella. Lo importante es que John Connolly te coge por lo huevos en la primera página y no te suelta hasta la última. Los personajes son inolvidables, especialmente los malvados que nunca dejan de tener siempre sus razones: Jimmy Jewell, Herodes, Joel Tobias. Connolly es un insuperable maestro a la hora de crear personajes, a la hora de plantear los capítulos y resolverlos. Es capaz de hacernos ver el final del capítulo desde el principio del capítulo y aún así que no abandonemos su lectura porque lo que ansiamos es que la catarsis que nos ha insinuado en la primera línea se cumpla en el párrafo final. Cada novela de Connolly es como un acto de expiación. Leerlas nos redime de esta absurda realidad que nos rodea como el hedor de un cadáver en descomposición.

domingo, 4 de septiembre de 2011

EL HÁBITO DE LA PIEL

Frustración. Ésa es la palabra que me viene a la mente cada vez que pienso en la última película de Pedro Almodovar. Al aburrimiento se le llama madurez. Almodovar ha madurado. Bien. La película se basa en la novela "Tarántula" de Thierry Jonquet [París 1954-2009]. La música de Alberto Iglesias es envolvente, la fotografía impresionante, pero el ritmo, el ritmo es otra historia. Lenta, metódica, meticulosa. En fin, aburrida, madura. El director se ha puesto serio para contarnos una historia que pedía a todas luces un gramo de locura. O dos o tres. No, no hay locura. Ni pasión. Y debería haberlas. Todo es extremadamente simple, aunque parezca complejo. Nos dan gato por liebre. Hay una madre con dos hijos de padre diferente; dos hermanos de caracteres distintos, pero en el fondo similares -los dos son incapaces de controlar sus impulsos, aunque uno de ellos lo encubra bajo la frialdad y la indiferencia-; una mujer insatisfecha que se fuga con el hermano de su marido y sufre un accidente en el que queda desfigurada; una hija que se suicida después de un intento de violación; un violador que sufre en su propia carne una mutación paradigmática; un doctor Frankestein que se enamora de su propia criatura. Demasiadas historias que son una misma historia. En el fondo la historia de una doble venganza. Los decorados son lo que uno espera de una película made in Almodovar. El humor brilla por su ausencia porque ésta es una historia policíaca seria. El único chiste es la aparición del hermanísimo interpretando a un marido abandonado cada dos por tres por su señora. Hay una lesbiana que sabemos que es lesbiana porque lo dice y ése es el principal problema de la película; que los personajes son lo que son porque lo dicen no porque lo vivan. La piel que habito es una película de zombies, de muertos vivientes. Eso sí, unos muertos muy bellos, muy aparentes, en una "peli" repleta de tópicos. Como que la venganza es un plato que se sirve frío. Creo que voy a leerme la novela de Jonquet, para compensar la frustración. Pero como en cuestión de gustos no hay reglas, quizás por haber demasiadas, la película encontrará sus defensores. Almodovar siempre los tiene. Tendre que esperar a la próxima para volver a ser uno de ellos.