domingo, 4 de octubre de 2009

WOODY ALLEN

Como cada año acudo puntual a la cita con la película anual de Allan Stewart Konigsberg [Nueva York, 1935], más conocido como Woody Allen. Es un ritual que comparto con algunos amigos. Poco importa que la película del director neoyorquino sea buena, mala o regular. Ver la película anual de Woody Allen es un ejercicio de profilaxis intelectual. Son muchos años ejerciéndolo para renunciar ahora. Hay costumbres a las que no se puede renunciar de la noche a la mañana. Creo que llegué al cine de Allen en el momento adecuado. Todas las películas anteriores a "Interiores" [1978] la recuperé posteriormente en vídeo o cineclubs y a partir de "Manhattan"[1979] he sido un fiel seguidor del cineasta neoyorquino. Guardo gratos recuerdos de "Comedia sexual de una noche de verano"[1982], "Zelig" [1983], "La rosa purpura del Cairo" [1985], "Hannah y sus hermanas"[1986], "Otra mujer"[1988], y "Delitos y Faltas" [1989]. Creo que esos años son los más creativos del Woody Allen y donde fondo y forma se acomodan mejor. Aunque he visto todas sus películas posteriores, sólo tres o cuatro más han dejado en mí una huella similar a las mencionadas "Misterioso asesinato en Manhattan"[1993], " Poderosa Afrodita"[1995], "Todos dicen te quiero"[1996], "Macht Point" [2005]. No se trata de que las últimas películas de Allen sean peores que las primeras, que por cierto eran bastante malas, sino que después de 44 películas, un director que siempre habla en primera persona de sí mismo y de sus traumas, parece haber dicho todo lo que tenía que decir; pero no. Las películas de Allen valen lo que sus diálogos. Su argumentos se olvidan con facilidad y suelen tener tantos agujeros que las tramas apenas son una excusa para hilvanar reflexiones brillantes sobre temas aparentemente profundos. Los filmes de Allen son como burbujas de champán. Embriagan en el momento, dejan una cierta sonrisa y, a veces, se olvidan nada más salir del cine. Como mucho nos dejan un par de chistes. El humor de Allen es verbal. Uno podría leer sus guiones y obtener el mismo resultado que al ver sus películas. Apenas recuerdo nada de los argumentos de las últimas películas de Woody Allen, pero sin embargo sus frases restallan, repletas de veneno y vitriolo. Su último artefacto cinematográfico se titula "Si la cosa funciona". Y desde luego, esta vez, la cosa funciona. El protagonista, alter ego del director, es un impresentable pesimista, misántropo y maniático al que le tomamos cariño, la joven que se casa con él es de manual de comedia, inepta hasta decir basta,aunque el director al final la redima, y los padres de la joven están dibujados con ácido sulfúrico. La crítica a la sociedad actual no deja títere con cabeza y sales del cines con la convicción de que sería necesario que Woody Allen hiciera un par de películas al año, aunque fueran la mitad de buenas que "Si la cosa funciona". Tiene que ver con la higiene mental de una sociedad como la actual: pacata, homófoba, xenófoba, hipócrita y completamente doblegada por las estructuras de poder, ya sea político, económico o cultural. Woody Allen siempre es un soplo de aire fresco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario